"Te llevaré en mi alma por la eternidad"~



5.7.10

*Capítulo 3: Viejos recuerdos

Un rayo de sol tibio se coló por entre las cortinas y penetró en mi párpado, aún cerrado.
El despertador sonó con fuerza y me obligó a abrir los ojos, era hora de levantarse, en sábado, a trabajar.
Fui lo más veloz que pude, dicen que a los tragos amargos hay que pasarlos rápido.
Me cambié y salí. Era una bonita mañana, no había casi nadie en la calle, era temprano.
Cuando llegué a la redacción, me aguardaba una temible pila de papeles a ordenar. Mi trabajo sería más duro de lo que pensaba.
En cuanto comencé a poner en orden todo eso, sonó el teléfono, el de mi escritorio.
Supuse que sería alguno de mis compañeros de facultad o algún familiar, nadie más tenía ese número en su agenda. O por lo menos eso creía yo.
Contesté un tanto molesta por la interrupción. Al otro lado hablaba el muchacho que sería mi compañero de departamento. Charlamos durante unos tres minutos y luego lo corté con cualquier pretexto. Por mi cabeza rondaban muchas cosas, pero la más insistente era este tipo, el desconocido.
Era cerca del mediodía cuando el teléfono sonó otra vez, solo que en esta ocasión atendí con más gusto, ya había finalizado mi ardua tarea.
La voz era un viejo recuerdo, conocida, pero de esas que pasaron hace tanto por la vida de una que ya no identificamos muy bien de quien se trata.
Después de que intercambiamos un par de frases, recordé. Era un viejo novio de mi adolescencia lejana, de la del pueblo. Fue agradable escucharlo por el auricular del viejo tubo del sucio teléfono de mi oficina. Tanto conversamos que el tiempo pasó volando.
Apenas corté, vi mi reloj de pulsera, era casi la una de la tarde. Agarré mi cartera y salí muy contenta hacia mi casa. El llamado me había reconfortado, sus palabras aún resonaban en mi cabeza, daban vueltas como caballos de un carrusel.
Nuevamente la sensación de libertad volvía al girar la llave en la cerradura.
Entré y noté algo extraño, algo que no iba acorde con el ambiente normal de la sala.
Lo detecté enseguida, sobre la mesa de café había una caja con un sobre.
A primera vista me sorprendió, nadie más que yo tenía llave de mi departamento.
Luego recordé que había un duplicado, debajo de la alfombra de la puerta, seguro que el remitente del paquete sería alguien conocido que supiera del escondite.
Tomé el sobre y lo coloqué hacia la luz para intentar ver su contenido. Parecía ser una carta.
Me senté y empecé a leer. No reconocí la letra, mi memoria ya no era tan buena.
Al llegar al final descubrí a su autor, Andrés Cess, mi nuevo compañero de habitación.
Intrigada aún por la forma en que había llegado el paquete hasta mi mesa, me fui a mi habitación a descansar un poco.
No tenía hambre ni estaba cansada. Sentía una paz interior rara, como cuando las cosas que planeamos salen más que bien. Y eso que mis planes no habían salido como yo pretendía.
Me recosté y mirando el techo pasó por mi mente, una vez más, esa imagen que no sé muy bien que es.
En ese momento, quien sabe por qué, me vino a la cabeza una cara familiar que recordaba como en un sueño, como entre nubes.
Saliendo de mi trance, me incorporé en la cama, impulsada por una fuerza más allá de lo normal. Tenía muchas ganas de salir corriendo y por fin concretar mi ansiado viaje al pueblo. Pero algo me detenía: él.

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