"Te llevaré en mi alma por la eternidad"~



5.7.10

*Capítulo 4: Una tragedia y un amor

Me desperté sobresaltada, habían golpeado a la puerta.
Miré el reloj de mi mesa de luz y vi que eran las seis y media de la tarde. Me levanté a toda prisa y corrí a ver quien era.
Al abrir la puerta descubrí a mi amiga, Laura Roso, la muchacha de alta clase social, con lágrimas en los ojos. Apenas me vio, se abalanzó sobre mí para abrazarme. Estaba muy triste, muy mal.
La hice pasar y sentarse, le di un té para que se calme un poco y luego procedió a contarme el por qué de su llanto.
Quedé totalmente anonadada.
Su padre, el gran empresario internacional, había muerto en un accidente de auto.
Ellos eran muy unidos en todo y este golpe destrozó la familia.
Laura tenía dos hermanos mayores, uno de ellos casado y con un hijo. Ellos trabajaban con su padre en la empresa familiar y, a diferencia de ella, habían estudiado en las mejores universidades privadas de Europa.
Los tres hermanos Roso eran muchachos bien educados y muy cultos. Quizá sea por la vida que llevaron desde que nacieron o simplemente por su naturaleza humana.
Me comunicó que se iría a vivir con una tía a Viena la semana próxima, ella se ocuparía de Laura y uno de sus hermanos, el otro se encargaría, en Buenos Aires, de las empresas que dejó el difunto Jorge Roso, ya que su viuda, María, se ocuparía de las ubicadas en Nueva York.
Yo no lo podía creer.
Hacía tres años que la conocía y era mi mejor amiga, mi compañera, mi hermana.
Una lágrima comenzó a brotar de mis ojos. Nos abrazamos y lamentamos juntas el suceso desafortunado que nos había tocado.
Justo ahora, a unas pocas horas del Día del Amigo.
Era una verdadera racha de mala suerte.
Primero, mi viaje frustrado, luego el trabajar en sábado y ahora esto, la partida de mi hermana del alma.
Cerré la puerta tras de ella y me hundí en el sillón más cercano.
Fueron muchas cosas para un solo día. No veía la hora de que terminara.
Por tercera vez en el día, el teléfono sonó.
Era Andrés. Me anunciaba que llegaría el domingo por la tarde.
Asentí y colgué el teléfono. No tenía ganas de nada, estaba muy golpeada.
Encendí el televisor para distraerme un poco.
Como ya casi lo presentía, en todos los noticieros anunciaban el fallecimiento del señor Roso.
Al fin y al cabo él era una figura pública.
Eran las nueve y media y como obra del destino, golpearon la puerta, otra vez.
Fui a abrir y en el umbral encontré un montón de recuerdos condensados en una persona, alguien que parecía venido de mi pasado solamente para probar mi resistencia.
Era mi antiguo novio, Tomás Valente, el mismo que me había llamado hacía tan solo unas horas.
Lo invité a entrar y, antes de pronunciar palabra alguna, lo encontré sobre mi, abrazándome con todas sus fuerzas, de una forma tan especial, como solía hacerlo años atrás.
Tomás vino a visitarme, según me dijo mientras cenábamos, porque me extrañaba y su vida sin mi, no era lo mismo.
Traté de creerle, sabía que no mentía, pero tampoco decía la verdad.
Afuera, las nubes comenzaron a cubrir el negro cielo.

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